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Libertad de expresión o libertinaje: una línea cada vez más delgada

Por Anner Victoriano

 En un mundo hiperconectado donde cada individuo puede convertirse en emisor de mensajes con alcance global, la libertad de expresión ha cobrado una relevancia sin precedentes. No obstante, esta conquista democrática se enfrenta a una disyuntiva cada vez más frecuente: ¿estamos ejerciendo el derecho a expresarnos libremente o estamos cruzando la delgada línea hacia el libertinaje?

El valor democrático de la palabra

La libertad de expresión es uno de los pilares fundamentales de las sociedades democráticas. Reconocida en múltiples tratados internacionales y constituciones incluyendo la nuestra, garantiza que las personas puedan expresar sus ideas, creencias, opiniones e inconformidades sin temor a represalias del Estado. Esta libertad fomenta la pluralidad, fortalece el debate público y permite visibilizar problemáticas sociales que, de otro modo, quedarían silenciadas.

En palabras del filósofo John Stuart Mill, “toda opinión suprimida puede contener una parte de verdad”. Esta premisa ha guiado el desarrollo de sociedades más abiertas, críticas y conscientes. Sin embargo, el contexto contemporáneo plantea nuevos desafíos.

El problema del exceso: ¿libertinaje?

Con el auge de las redes sociales, la frontera entre libertad y exceso se ha vuelto difusa. El anonimato, la inmediatez y la viralidad han generado un espacio donde la desinformación, el discurso de odio, la difamación y el acoso encuentran terreno fértil. Bajo el escudo de la libertad de expresión, muchas voces propagan mensajes que vulneran la dignidad de otros, promueven la violencia o niegan hechos comprobados.

Aquí es donde surge la pregunta incómoda: ¿defendemos la libertad de expresión incluso cuando se utiliza para dañar, mentir o desinformar? Si bien todo derecho implica responsabilidad, en la práctica, muchas veces se ignoran los límites éticos y legales de este ejercicio.

Libertad con responsabilidad

No se trata de censura, sino de equilibrio. La libertad de expresión no es absoluta; encuentra sus límites en el respeto a los derechos de los demás, a la verdad y a la convivencia pacífica. Expresar una opinión no puede convertirse en una licencia para insultar, discriminar o incitar al odio.

En el contexto digital, urge fomentar una alfabetización mediática que permita a los ciudadanos discernir entre hechos y opiniones, entre crítica y ataque, entre información y manipulación.

Reflexión final

La libertad de expresión es un derecho invaluable que debemos proteger. Pero protegerlo no significa permitir su perversión. El desafío contemporáneo consiste en cultivar una cultura del diálogo donde la palabra sea un puente, no un arma; donde el derecho a expresarse coexista con la responsabilidad de no vulnerar a otros. Solo así podremos distinguir con claridad entre la libertad y el libertinaje, y garantizar una sociedad verdaderamente libre, justa y respetuosa.

La República Dominicana necesita seguir siendo un país donde se pueda hablar, debatir, cuestionar y disentir. Pero también necesita ser una nación donde ese derecho no se convierta en licencia para el irrespeto, el atropello y la desinformación. Porque sin responsabilidad, la libertad deja de ser un derecho y se convierte en un arma peligrosa. Y en una democracia que se respete, eso no puede ser aceptable.

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